La atracción sexual y el mito del amor romántico
Julia Bartolomé
Máster en Terapia Sexual y de Pareja
¿Quién no ha sentido el torbellino de emociones que se genera en el organismo de una persona que se siente atraída por otra? ¿Son placenteras o realmente nocivas a largo plazo si no aprendemos a gestionarlas?
Desde una perspectiva ambientalista somos, en la gran mayoría de las ocasiones, lo que el entorno nos suscita y, al ser seres sociales, son las personas con las que nos cruzamos y en ocasiones, enredamos, las que marcan la pauta de nuestra revolución hormonal y, por ende, de nuestro abanico de emociones.
El concepto de atracción sexual ha ido cambiando a lo largo de la historia. Desde una perspectiva evolucionista, guardamos mucha relación con nuestros antepasados. Somos muy primitivas en ese aspecto, ya que muchas mujeres nos seguimos fijando en rasgos como la fuerza física o la destreza o maña a la hora de arreglar un desperfecto y muchos hombres siguen haciéndolo fijándose en otros aspectos, como las caderas anchas y los signos de salud y juventud que presentan algunas mujeres, resultando para ellos más atractivas. La explicación primitiva de esto es que nosotras seguimos buscando seguridad en ellos y ellos en nosotras la posibilidad de lograr una reproducción sana. Afortunadamente, nos hemos refinado en cuanto a la selección de compañera de vida y nuestra socialización ha hecho que cambien los factores por los cuales nos sentimos atraídas, siendo el atractivo psicológico en la gran mayoría de ocasiones mucho más potente que el físico, ya que conectamos a través de gestos, miradas y palabras, que provocan en nosotras emociones inesperadas, experiencias en las que compartimos valores, humor y formas de ver la vida, por lo que el atractivo psicológico, que era prácticamente inexistente en tiempos primitivos debido a nuestras escasa socialización, ha ido ganando terreno hasta convertirse en una factor principal de atractivo en los tiempos actuales.
En la actualidad se habla de un cambio de perspectiva respecto a lo que entendemos como “sexy”. Esto puede ayudar a derribar la autoexigencia con la que nos fustigamos a menudo para gustar a nivel físico y así poder hacer las paces con el espejo, porque, aunque no se pueda negar que un buen físico es muy atrayente en un primer impacto, la sociedad actual cree que lo realmente determinante a la hora de resultar atractivo para las demás es la actitud, siendo los rasgos más destacados que hombres y mujeres ven como atractivos la seguridad en una misma (autoestima), picardía, simpatía, sentido del humor, inteligencia, forma de hablar y gesticular, mirada seductora, honestidad y valores (Esclapez, 2017).
Bien es cierto que debemos distinguir entre atracción y amor. Bajo mi punto de vista, una es la antesala de la otra, es decir, no puede haber amor sin una previa atracción. La atracción es el impulso que nos lleva a fijarnos en alguien, ya que nos despierta un deseo, una apetencia por esa persona y, posteriormente a esa atracción, podemos o no llegar a desarrollar amor, entendido como una construcción social que puede adoptar diferentes matices. Es una construcción social debido a que el sentimiento de estar enamorada se aprende en el periodo de socialización durante la niñez. De manera en ocasiones sutil, el conjunto de normas sociales y culturales se cuelan en los entresijos de la mente humana muy especialmente a través de los medios de comunicación influyendo en los futuros comportamientos amorosos de los niños. Se debe cuidar el contenido desde el que los niños empiezan a crear el concepto de amor, ya que se empiezan a establecer diferencias muy marcadas respecto a los roles de género y expectativas respecto al amor, muchas de ellas basadas en el amor romántico a consecuencia de los medios de comunicación, sobre todo, películas infantiles en las que una hermosa princesa espera al príncipe que la salvará (sin ella hacer absolutamente nada) de una vida que no quiere vivir. Este concepto del amor puede llegar a ser peligroso si no se reeduca a la persona en valores amorosos que estén más basados en la independencia y la autosuficiencia.
El amor se entiende como una experiencia placentera presente en todos los periodos históricos y en todas las culturas, siendo el más archiconocido el “Amor Romántico” presente desde épocas remotas en pinturas, poemas, esculturas, libros…en los cuales este tipo de amor se entendía desde una perspectiva excesivamente radical y pasional, como epicentro y guía de todas las cosas, aunque ello acabara en tragedia o incluso costara la vida.
Aún hoy en día, el amor romántico como modelo cultural en el proceso de socialización, se entiende como una renuncia personal, un olvido de nosotras mismas, una entrega total a la pareja que potencia comportamientos de dependencia y sumisión al varón.
Tradicionalmente, a las mujeres se nos ha educado para desarrollar las funciones que comprendían los roles de esposa y madre, siendo también muy exigentes con el cuidado de nuestra apariencia física, atractivo sexual, capacidad de seducir, para agradar y complacer al hombre que daría sentido a nuestra existencia (Nogueiras, 2005). Todo esto lo hemos aprendido durante el proceso de socialización y a través de los diferentes agentes socializadores (familia, escuela, medios de comunicación…) en la que se nos educa en valores imperantes en la sociedad que nos rodea, que no son otros que los del sistema patriarcal, dentro de una estructura social en la que los hombres tienen más poder y privilegios que las mujeres junto a una ideología que legitima y mantiene esta situación. Esta situación es realmente nociva para las relaciones amorosas ya que se genera autorrenuncia para satisfacer a la otra persona, un elevado sentimiento de protección y cuidado del otro por encima de la satisfacción de las propias necesidades e intereses, una entrega total a los deseos del otro, aunque eso implique el sacrificio del “yo”, que nos lleva a querer conservar la pareja por encima de cualquier cosa, aunque nos veamos seriamente afectadas.
Debido a que hemos recibido una educación sexista, que ha fomentado y acentuado los roles de género, muchos hombres muestran una disposición mucho menor a la renuncia total, el sacrificio personal y la entrega y se muestran más contenidos a nivel emocional.
Por otro lado, desde una perspectiva biológica y científica, el surgimiento de la neurociencia dio lugar a una nueva fuente explicativa de este fenómeno, que nos permitió estudiar y aprender lo que nuestro sistema nervioso central genera cuanto estamos cerca de la persona amada.
El amor libera dopamina, serotonina y oxitocina, por ello, cuando nos enamoramos y estamos con la persona amada, nos sentimos excitados, llenos de energía y felices, nuestra percepción de la vida es maravillosa y esta situación es tremendamente adictiva, ya que el refuerzo que obtenemos por estar con la persona que amamos nos hace querer repetir la situación, llegando, en muchos casos, a la obsesión. Pero los neuroquímicos del enamoramiento vienen a chorros y al cabo del tiempo, al igual que pasa cuando alguien consume drogas durante un largo periodo, llega la tolerancia o lo que comúnmente se conoce como habituación. Cuando la cascada química desciende, son muchas las personas que lo interpretan como una pérdida de amor. Lo que sucede realmente es que el ser humano, cuando llega a habituarse a algo, necesita de una dosis más alta para seguir generando las mimas sensaciones, ya que sus receptores neuronales ya se han acostumbrado a ese exceso de flujo químico. Normalizar los niveles químicos de la persona enamorada, puede ayudar a que recupere de nuevo su independencia y salga de la situación irreal de idealización que la acción de estos neurotransmisores había creado en su organismo.
Una fuerte atracción sexual por una persona puede derivar en una idealización por la misma que haga que nos sumerjamos en lo que se denomina “Fase de enamoramiento” o “Amor Romántico”. Bajo mi punto de vista, es importante que las personas aprendamos a identificar esta fase en nuestras vidas para hacerla consciente y así poder gestionar toda la energía que generamos debido a la segregación hormonal que nos produce esta situación y sepamos distinguir entre el mundo fantasioso y el real. Una buena dosis de realidad puede ayudar a mejorar nuestra calidad de vida, volver a reencontrarnos con nuestra autonomía y sentir la calma y paz interior que eso reporta, ya que la dependencia emocional que genera el enamoramiento puede llevar a la obsesión y a la culpabilidad cuando en esta fase no somos correspondidos o nos encontramos con algún obstáculo en la relación. Generar pensamientos distorsionados a raíz de esta situación puede dar lugar a que disminuya nuestra autoestima y generemos miedos irracionales.
Es por ello de suma importancia educar en la interdependencia comportamental y la mutua responsabilidad, derribando mitos acerca del amor romántico y la “media naranja” para evitar fomentar problemas no sólo de dependencia emocional, sino también de aquellos derivados de la intolerancia que generamos cuando no vamos acompasados con nuestras parejas en lo que a gustos o formas de ver la vida se refiere, debido a aquello que nos hicieron creer cuando nos inculcaron que nuestra pareja debía ser nuestra “alma gemela”.
Los problemas de ego que tenemos los seres humanos, la incesante lucha por ganar, por tener la razón, aunque eso nos cueste amistades, parejas, disgustos…hace que, en la gran mayoría de ocasiones, ante la crítica, actuemos a la defensiva, es la manera que tiene nuestro cuerpo de generar defensas ante el ataque. Nos defendemos mediante el contrataque y creo firmemente que esto es un problema de autoestima que comienza desde el apego cuando somos niños, y se sigue fomentando a través de la educación que recibimos en la niñez, adolescencia y adultez.
Somos seres competitivos, nos cuesta reconocer nuestros errores y vemos mucho más factible echar las culpas a terceras personas. Esto pasaría con mucha menos frecuencia si educamos en la escucha activa y en la tolerancia a la crítica siempre que ésta sea constructiva y desde el respeto, creando así seres humanos mucho más asertivos y mucho menos coléricos.