El síndrome de la impostora: Un fenómeno con sesgo de género
Ana María Gómez Zapata
Máster en Sexología y Género
“La propia auto imagen de las mujeres de ser impostoras está en consonancia con la visión social de que las mujeres no son definidas como competentes. Si a una mujer le va bien, no puede ser por su habilidad, pero debe ser debido a alguna casualidad. Si ella reconociera su inteligencia, tendría que ir en contra de un punto de vista perpetuado por toda la sociedad, ¡una aventura siniestra en verdad! Y, sin embargo, las mujeres con las que nos hemos encontrado, por su misma perseverancia en continuar teniendo éxito contra tremendos obstáculos, parecen querer también probarse a sí mismas y a la sociedad» –Clance & Ament Imes, 1978.
Cuando obtienes algún logro en tu trayectoria académica o profesional ¿lo atribuyes a la suerte? ¿Sientes que siempre hay alguien que hace las cosas mejor que tú? ¿Te comparas fácilmente con otros? ¿Sientes a menudo que eres un fraude y que serás descubierta? ¿Sientes que no estás tan preparada para dar esa charla o para ascender en tu trabajo?
Si te has sentido así probablemente hayas experimentado lo que se conoce como síndrome de la impostora, un término acuñado en 1978 por las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes para designar a aquellas mujeres exitosas quienes a pesar de sus logros, felicitaciones por parte de colegas o títulos académicos se consideran a ellas mismas como impostoras:
“Mantienen una fuerte creencia de que no son inteligentes, de hecho, están convencidas de que han engañado a cualquiera que piense lo contrario. Por ejemplo, muchas mujeres sienten que sus notas altas se deben a la suerte, a una mala calificación o el mal juicio de los profesores” (Clance & Ament Imes, 1978)
Quizás el término Síndrome no sea el más adecuado para explicar lo que nos ocurre cuando desconfiamos de nuestras capacidades. Según la Real Academia Española, síndrome significa:
“Conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un estado determinado”.
¿Es realmente un problema psicológico o individual? ¿Es necesario acudir a una terminología del modelo médico para explicarlo?¿Es correcto atribuirlo a un problema de perfeccionismo y auto exigencia de la persona? ¿Es un problema social o estructural? Me aventuro a argumentar a favor de esta última cuestión, en definitiva, es un problema social que tiene sesgo de género. No es un problema individual, ni una enfermedad, ni un trastorno psicológico. Si fuese así, no sería una vivencia tan recurrente en la mayoría de personas que somos socializadas en femenino.
Con frecuencia nos encontramos en nuestra experiencia cotidiana con compañeras, amigas y jefas altamente capacitadas, brillantes, con grandes habilidades en su campo y múltiples logros. Extrañamente estas mujeres son las que presentan mayor inseguridad por lo que hacen, sorprendiéndonos el hecho de que sus colegas, por el contrario, se encuentran cómodos alzando su voz incluso en temas en los que no son expertos. No es una realidad excepcional:
“El informe encargado por Access Commercial Finance en Reino Unido desveló que los hombres tenían un 18 % menos de posibilidades de sufrir el citado síndrome. Dos tercios de las mujeres afirmaban haberlo experimentado.” (Selecta Digital, s.f.)
Los estudios que se han realizado por Deaux (1976) demuestran que las mujeres por lo general tienen más bajas expectativas que los hombres respecto a sus éxitos:
Los hallazgos del estudio son consistentes con los siguientes principios: 1) un resultado de desempeño inesperado será atribuido a una causa temporal. 2) un resultado de desempeño esperado será atribuido a una causa estable. En línea con las bajas expectativas que tienen las mujeres, estas tienden a atribuir sus éxitos en causas temporales, tales como la suerte o el esfuerzo, mientras que los hombres tienden a atribuirlo a causas internas y factores estables de sus habilidades.
Estos resultados no sorprenden en absoluto: las mujeres no esperamos gran cosa de nosotras mismas y cuando la evidencia sugiere lo contrario hacemos caso omiso. Preferimos darle crédito al clima, a las condiciones del medio ambiente o a otras personas antes de ponernos la etiqueta de inteligente. A diferencia de los hombres, quienes lo atribuyen a su propio talento o cualidades inherentes, nosotras seguimos desconfiando frecuentemente.
En la investigación realizada por Pauline y Suzanne se intenta descubrir las razones por las que, en general, las mujeres sentimos el síndrome de la impostora. Ambas ubican dos tipos de familias quienes aparentemente promueven esta sensación de ser incompetente con su crianza. La primera familia es aquella en la que hay una hermana que se pone como modelo de referencia respecto a inteligencia, situando a la otra hermana por debajo de esta. Esta situación de constante comparación entre hermanas haría que la que es considerada inferior tuviera que comprobar de por vida que no lo es.
“Ella nunca puede probar que es tan brillante como su hermana independientemente de lo que logre intelectualmente. Una parte de ella cree en el mito de la familia (que ella no es lo suficientemente inteligente) y por otra parte quiere refutarlo. La escuela le da la oportunidad de tratar de demostrarle a su familia y a ella misma que es brillante”.
La segunda familia se caracterizaría por alabar de manera indiscriminada a sus hijas, de modo que estas comenzarían a desconfiar acerca de la percepción de sus padres acerca de estas y a dudar de ellas mismas.
“Habiendo internalizado la definición de sus padres de persona brillante con perfección y facilidad, y dándose cuenta de que no puede cumplir con este estándar, ella salta a la conclusión de que debe ser tonta. Ella no es una genia, por lo tanto, debe ser una impostora” – Clance & Ament Imes, 1978.
A modo personal, estas dos hipótesis anteriormente mencionadas invisibilizan el problema de raíz que soporta el síndrome de la impostora. Considero que situar las causas en los modos de crianza le quita protagonismo a otros agentes socializadores y estructuras que también intervienen en este problema: el estado, los colegios, los medios audiovisuales, los movimientos políticos. Y mucho más importante, invisibiliza también las diferencias por género, que son evidentes.
Añadiendo que la manera de crianza está regida por el sistema patriarcal. La crianza no se da en el vacío, la crianza se sitúa en un contexto político y cultural particularmente situado, en una época concreta, en un espacio determinado. ¿A qué huele que una familia promueva la competitividad entre dos hermanas por medio de su crianza?. A patriarcado. Por eso uno de los tipos de familia expuestos por estas psicólogas hacen hincapié en dos hermanas que compiten entre ellas, no en dos hermanos haciendo lo mismo.
¿El trato en la crianza será el mismo para hombres y mujeres? ¿Se exige perfección en el rendimiento al igual en hombres y en mujeres? ¿Se promueve mayor competitividad entre mujeres que entre hombres?. Todas estas preguntas me llevan a la conclusión de que hasta que no haya un cambio a nivel estructural en el patriarcado, seguirá permaneciendo el síndrome de la impostora a pesar de nuestros éxitos consecutivos. Los sistemas de creencias, estereotipos y roles de género van a ser más fuertes de erradicar de lo que pensamos. La experiencia una y otra vez puede mostrar que las mujeres somos capaces, inteligentes, arriesgadas y exitosas, pero el patriarcado va mucho más lento que nuestros logros palpables.
¿Cuál sería la explicación, desde mi punto de vista, más plausible para el síndrome de la impostora?: la socialización diferencial que recibimos por motivos de género. No se trata de la misma manera a alguien socializado como varón o como mujer. Mientras que a las mujeres se nos refuerza el autoestima en base a nuestro aspecto físico; a los hombres se les refuerza con el aspecto cognitivo. A nosotras se nos dice que somos lindas, suaves, tiernas, frágiles. A ellos, que son inteligentes, fuertes y valientes.
Además de ello, a las mujeres se nos exige, desde pequeñas, el doble. Debemos demostrar constantemente que, además de guapas, también somos inteligentes. Debemos demostrar que no somos cabezas huecas, que a pesar de que somos rubias somos listas, que a pesar de maquillarnos nos gusta la ciencia o las matemáticas. Debemos demostrar, en todo momento, sólo por ser mujeres. Porque al parecer tener una vulva nos hace despertar sospechas de incompetencia. Y así se nos pasa la vida, intentando que no nos tachen de estúpidas.
Las críticas que recibimos desde la infancia hasta la adultez refuerzan esta idea de que somos impostoras. Esta idea toma tal fuerza que despojarse de la misma es casi una misión imposible. No importa cuántos logros hayas obtenido, cuántos premios o becas hayas ganado, esta sensación de incompetencia te sigue acompañando como un demonio susurrando a tu oído. Al fin y al cabo, sentirnos como una impostora es una reacción normal y adaptativa ante una situación adversa (críticas constantes y exigencias). No es un trastorno ni un problema psicológico, es un problema de género.
¿Romperemos el ciclo en algún momento? ¿Llegará un punto en el que el síndrome de la impostora se debilite por enfrentamiento de evidencia en contra? ¿serán suficientes los éxitos para cambiar esta autopercepción?. Los estudios parecen sugerir que no. Esta sensación de incompetencia y bajas expectativas son difíciles de derrumbar. Años de sobre exigencias y críticas a las mujeres no se resuelven así como así.
Bibliografía
Clance, P. R., & Ament Imes, S. (1978). The impostor phenomenon in high achieving woman: dynamics and therapeutic intervention. Psychotherapy: theory, research and practice.
Real Academia Española. (s.f.). Obtenido de https://dle.rae.es/s%C3%ADndrome
Selecta Digital. (s.f.). Obtenido de https://www.observatoriorh.com/orh-posts/el-sindrome-del-impostor-el-70-de-los-trabajadores-cree-no-merecer-su-exito-profesional.html#:~:text=Las%20personas%20con%20este%20s%C3%ADndrome,de%20impostor%20(fake)%20laboral.