Capitalismo y disfrute: impacto del neoliberalismo en la erotización del cotidiano
Clara Ros Ferrer
Máster en Sexología Sanitaria
con perspectiva de género
«Se cree que el hedonista es aquel que hace elogio de la propiedad, de la riqueza, del tener, que es un consumidor. Eso es un hedonismo vulgar que propicia la sociedad. Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, y disfrutar jubilosamente de la existencia: oler mejor, degustar, escuchar mejor, no estar enfadada con el cuerpo y considerar las pasiones y pulsiones como amigas y no como adversarias».
-Michael Onfray (1959), filósofo francés.
¿Nos acostamos con el sistema político-económico en el que vivimos? ¿Cómo influyen las dinámicas capitalistas y neoliberales en nuestra dimensión erótica? Vivimos en la sociedad de la autoexplotación y la hiperexigencia, inmersas en el hacer y en el logro objetivos productivistas. Esta atmósfera le deja poco espacio al disfrute, al placer por el placer. Este artículo pretende analizar cómo los ritmos y las exigencias de la sociedad en que vivimos limitan nuestro potencial erótico y decapitan nuestra capacidad de disfrute, planteando la recuperación del hedonismo como acto político.
La gran transformación que supuso la irrupción del capitalismo en la historia de Occidente afectó no sólo a las formas concretas de trabajo y a su organización, sino al lugar que este ocupa en la escala de valores sociales. La sociedad capitalista es la primera que puede definirse como una sociedad del trabajo y que lo valoraría positivamente, pero no siempre ha sido así. Según Enric Sanchis (2004), las formaciones sociales anteriores no estaban estructuradas entorno al trabajo y tenían una concepción negativa de este, pues era percibido como un elemento que los alejaba de la cultivación del espíritu.
En el sistema capitalista, cualquier forma de vida es un espacio de rentabilidad y explotación, así pues, no hallamos sumergidas en un modelo político y económico que se construye a partir del ensalzamiento del trabajo y a la acumulación de capital. Crecemos en un contexto que nos educa en la lucha por alcanzar un ideal materializado en un puesto de trabajo reconocido, una casa grande, un coche de alta gama, un teléfono móvil de última generación… La fantasía capitalista requiere de un estilo de vida determinado, que llevaría al individuo posmoderno a vivir sumergido en una vorágine de hiperactividad, hiperexigencia e hiperconsumo: nos enfrentamos a jornadas maratonianas en la que dedicamos la mayor parte del tiempo a actividades de índole práctica como trabajar, estudiar, realizar tareas del hogar o gestiones cotidianas… teñidas, además, por la tiranía de la inmediatez y el perfeccionismo.
Esto generaría un fuerte impacto en la esfera emocional del sujeto contemporáneo: estrés, agotamiento psíquico, frustración vital, estados de ansiedad y depresión… sin olvidar las repercusiones psicosomáticas que estos conllevarían. Todo ello daría lugar a sujetos anhedónicos y desconectados de sus necesidades reales y, por lo tanto, muy alejados de un estado de bienestar integral en el que desarrollar plenamente su sexualidad.
La consolidación de la sociedad de consumo en gran parte de Occidente desde las primeras décadas del siglo XX, minó las bases materiales en que se sustentaba la ética del trabajo y alumbró una ideología hedonista, centrada en la exigencia de disfrutar el presente, en cierto sentido contradictoria con las necesidades del ámbito de la producción. De esta manera, el capitalismo también se apropia del disfrute, el placer y el goce desde una dimensión productivista y mercantilizadora. Nace así la tiranía del deleite con un ocio basado en el sobreconsumo y la hiperexigencia: tenemos que ir al cine, a los museos, al teatro, estar al día de la últimas series; ir al gimnasio, bailar y practicar deportes de aventura; viajar a lugares lejanos, vivir experiencias únicas, comer en los mejores restaurantes de tu ciudad…
El cumplimiento de este mandato conforme al goce que nos impone el neoliberalismo aleja al individuo posmoderno del disfrute en sí mismo y no basta para librarle del desvalimiento existencial, sino que nos vuelve adictos al consumo, autómatas, alienados en los requerimientos del discurso ideológico oficial. Nuestro tiempo y nuestro disfrute nos dejan de pertenecer.
La vivencia plena de la sexualidad necesita tiempo y dedicación, de modo que el ritmo de vida rápido y estresante que venimos analizando influiría negativamente en ella: las dinámicas capitalistas también envenenan nuestra esfera más íntima.
¿Cómo reapropiarnos del disfrute?, el hedonismo es sexualidad en sí mismo, pues tiene que ver con el placer, con la búsqueda del bienestar, con la atención plena, con la sensorialidad… trasladarlo a nuestra vida diaria podría ser una forma de resistencia ante la desconexión a la que nos aboca el sistema.
Para ello, en primer lugar cabría plantearse qué cosas nos gusta hacer por el simple hecho de hacerlas: pararnos y explorar qué nos gusta realmente, qué nos genera placer, con qué y quienes disfrutamos, qué nos excita o qué creemos que podría hacerlo. Otro aspecto importante sería el de simplificar nuestras vidas y no saturarlas con actividades y obligaciones; establecer prioridades nos ayudaría a prescindir de aquellos compromisos y tareas no primordiales. Así liberaríamos tiempo para dedicarlo al placer y para agendar espacios en nuestro día a día para hacer aquello que verdaderamente disfrutamos.
Además, si traemos la conciencia del disfrute y el enfoque de la búsqueda del placer a nuestra cotidianidad, nuestros cuerpos y nuestras mentes estarían más predispuestos a vivirnos sexualmente: tendremos tiempo, energía, mejor estado anímico, búsqueda más activa del encuentro sexual y una atención más plena y sensorial.
Sería interesante que pudiéramos pararnos a pensar sobre el espacio que damos en nuestro día a día al placer, al deseo y al goce. Liberarnos de las exigencias y del productivismo para vivir en el erotismo como un arte en el cual el placer, no solo sexual, es un fin en sí mismo.
Como explica María Laura Schaufler (2013) citando a Foucault: “El erotismo es un dominio absoluto del cuerpo, goce único, olvido del tiempo y de los límites, elixir de larga vida, exilio de la muerte y de sus amenazas”. Así pues, ante un sistema capitalista y patriarcal que sobreexplota nuestros cuerpos y no aliena de nosotras mismas, llenemos de placer nuestro cotidiano para lograr vidas que merezcan la alegría y el goce de ser vividas.
Referencias bibliográficas
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http://biblioteca.clacso.edu.ar/Argentina/ces-unne/20141001052706/Schaufler.pdf