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Breve vistazo al debate acerca de la prostitución

Anabel Larraceleta
Máster en Sexología y Género

¿Qué se te viene a la cabeza con la palabra “puta”? Así, a bote pronto, sin consultar la RAE ni formalidades por el estilo. Quizás te hayas trabajado esa deconstrucción feminista de la que tanto se habla, y equipares el término a trabajadora sexual, o te aflore toda una retahíla de argumentos abolicionistas en relación con la prostitución. De ese posicionamiento teórico ya hablaremos luego. Si eres de esas personas a las que esto no le ha venido de primeras, seguramente pertenezcas a la mayoría de la población. 

El imaginario sexual que tenemos en relación con la “puta” versa sobre etiquetas como facilona o promiscua, viciosa o enferma, catalogadas como insultos. También está la de aquella mujer accesible a cualquier hombre, pero de ninguno de ellos. Algo pecaminoso, prohibido, oscuro. Aparece también el libertinaje, la delincuente, la otra mujer, esa que no interesa, esa que parece que es menos mujer por poner el cuerpo en su trabajo. Esa a la que se le puede faltar al respeto, maltratar, vejar, humillar… porque el cliente es el que paga y siempre tiene la razón, ¿no?

Es curioso porque, aunque por un lado se denigre la figura de la prostituta en la sociedad, parece atisbarse cierta doble moral donde esto se esconde y su consumo queda relegado a un privilegio masculino. Un “desfogue de la lívido masculina” y otros mitos sobre el deseo campan a sus anchas, existiendo en nuestro imaginario aquello de que “los hombres tienen más deseo y necesitan descargar de vez en cuando”. Cómo no, el fantasma de la cultura de la violación acechándonos de nuevo mientras todas asentimos sin cuestionar. 

Encima de la mesa tenemos dos posturas principales en relación con la prostitución: la abolicionista, que entiende la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres, deshecha la etiqueta de “trabajadora sexual”, y considera que estas no tienen realmente capacidad de elección (aunque así lo consideren), sino que han sido coaccionadas más o menos sutilmente, para la gratificación del deseo, mayoritariamente, masculino (De-Miguel, 2020). Y es sutil porque bajo un sistema neoliberal, toda coacción basada en la desigualdad de género aparece a veces enmascarada bajo la etiqueta de empoderamiento y libre decisión sobre nuestros cuerpos. 

De esta manera, el movimiento abolicionista considera antagónica la relación entre prostitución y sociedad igualitaria y justa, criticando la mercantilización de los cuerpos por el patriarcado capitalista. Ya Illouz (2014) manifestaba que una relación sexual nunca es simplemente el encuentro de dos cuerpos, sino que también es una puesta en acto de las jerarquías sociales y de las concepciones morales de una sociedad.

(Según la RAE), prostitución se entiende como “la actividad de quien mantiene relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero”. Sin embargo, en palabras de Carole Pateman (1995), la prostitución es una práctica por la que los varones se garantizan el acceso grupal y reglado al cuerpo de las mujeres. Parece que, de esta manera, se garantiza el “derecho” que los hombres tienen a satisfacer su deseo sexual. Como si el deseo fuese una necesidad primaria. ¿Conocéis a alguien que haya fallecido por no tener relaciones sexuales? Pues eso, sigamos.

Por otro lado, tenemos la posición pro-prostitución, que sustituyen el término prostituta por el de trabajadora sexual, pues consideran que se trata de un trabajo como otro cualquiera, en el que se intercambian servicios por dinero (Villa-Camarma, 2010). Así, desde esta óptica, se erradicaría el poder de las mafias. Destacan además la problemática del estigma sobre este trabajo, basado en el imaginario de la “mala mujer”, que parece extenderse no solo a las trabajadoras sexuales, sino a mujeres con identidades, orientaciones y preferencias sexuales no normativas. 

Considero la cuestión de la trata de mujeres como un debate en el que poco hay que discutir mas allá de lo criminal del asunto. Atendiendo al Modelo Integral de intervención contra la trata sexual de mujeres y niñas, el UNFPA (2013, p.47) aclara que “la explotación de la prostitución, que se da cuando el dinero ganado mediante la prostitución llega a manos de cualquier persona que no sea la que se prostituye, es intrínsecamente abusiva y análoga a la esclavitud”.  Por otro lado, existe también un grupo de mujeres que entran y salen libremente del comercio sexual, generando grandes cantidades de capital. Según Bernstein (1999), el trabajo sexual es una moneda con dos caras: puede ofrecer ventajas económicas y/o constituir una violencia contra las mujeres. 

Este debate es más complejo que lo aquí planteado. Sigue habiendo multitud de mujeres que eligen el trabajo sexual dada su situación económica. Según Kempadoo (2012), aunque las personas migrantes experimenten condiciones laborales desagradables o de explotación en el lugar de destino, algunas las prefieren a permanecer en casa, donde las distintas formas de violencia son mayores. 

Al igual que en cualquier otro empleo, oficio o profesión, del trabajo sexual se extrae plusvalía. Solo que la explotación de una actividad de servicios que se encuentra al margen de la regulación laboral se da sin derechos laborales y con formas que generan exclusión y violencia (Lamas, 2016). La autora continúa explicando que, en el caso de algunas trabajadoras sexuales, estas se quedan con un porcentaje —entre el 25 y el 50%— de lo que se cobra por servicio, porcentaje que ninguna mesera, vendedora o incluso profesora recibe cuando realiza su trabajo. El término de “explotación sexual” tiene una connotación negativa que no se aplica a los demás trabajos, donde también existe explotación.

Bernstein (2014) señala que el discurso feminista que conceptualiza el comercio sexual como una forma de violencia hacia las mujeres, ha sido funcional para el neoliberalismo y su política carcelaria. Según ella, un elemento clave de este proceso es el uso creciente del discurso de “la víctima” para designar a sujetos que en realidad son producto de la violencia estructural y de prácticas de exclusión inherentes al capitalismo neoliberal. ¿Por qué el Estado no se propone “rescatar” a otras mujeres, obreras o empleadas, también forzadas a trabajar en cosas que no les atraen o que incluso son peligrosas? Si el Estado garantizase mínimos de sobrevivencia, ¿debería controlar entonces la sexualidad de la ciudadanía? (Lamas, 2016).

Personalmente, no me preocupa tanto que una mujer con recursos y una amplitud de opciones laborales, elija la prostitución. Sin embargo, creo que es más relevante poner el ojo en aquellas mujeres que, ante la falta de recursos y opciones laborales, eligen la prostitución como única alternativa para llevar algo de comida a casa. Nussbaum (1999) señala la necesidad de cuestionar nuestras creencias acerca de recibir dinero por el uso del cuerpo, y la importancia de revisar las opciones y alternativas de las mujeres pobres. Así, plantea que la opción de legalizar el trabajo sexual mejoraría las condiciones de mujeres con pocos recursos y pocas opciones laborales. De esta forma, si no se resuelven las circunstancias socioeconómicas que llevan al comercio sexual, -condición estructural del capitalismo-, prohibirlo o intentar erradicarlo hundiría o marginaría aún más a quienes se dedican a vender servicios sexuales (Satz, 2010).

Me llama la atención cómo autoras abolicionistas hablan del mito de la libre elección, planteando que realmente el supuesto empoderamiento femenino a raíz de poner el cuerpo como mercancía, es solo “supuesto”, por darse en un contexto patriarcal y capitalista que incita a ello. Mi pregunta es, ¿realmente tomamos alguna decisión de forma libre?, la persona que decide adoptar un trabajo que no le gusta, y en el que laboralmente está explotada, sea del tipo que sea, para tener algo que comer y un techo donde dormir… ¿decide de manera libre?, ¿por qué solo ponemos en el punto de mira crítico en trabajos donde ponemos literalmente el cuerpo con fines sexuales? Parece que cierto puritanismo sigue pesando en algunos argumentos, donde permanece la crítica hacia aquellas mujeres que se salen del, en palabras de Leites (1990) “ideal cultural de castidad y recato de la feminidad”.

En la misma línea, Despentes (2018) manifestó públicamente, hablando de la Teoría King Kong, que “no creía que las prostitutas que tienen sus papeles en regla y que eligen prostituirse tuviesen mucho que envidiar a todas esas mujeres públicas que por estar expuestas han perdido su intimidad. El problema es que la burguesía ha determinado que ser mediáticamente conocida es el bien, pero que ejercer la prostitución es el mal y yo, que he hecho ambas cosas, puedo decir que ha costado mucho más acostumbrarme a ser insultada públicamente.”

Parece haber una doble moral, donde trabajos de cualquier tipo estarían moralmente bien considerados, siempre y cuando el sexo no esté de por medio. ¿Por qué ese aparente paternalismo hacia las trabajadoras sexuales, y no hacia la encargada de desahuciar un hogar de personas sin recursos, aun no compartiendo la ideología base de dicho acto? ¿Por qué lo primero es más sucio y menos moral que lo segundo? 

Despentes (2018) continúa esta línea de pensamiento recalcando que “cierto feminismo y cierta izquierda han comprado la idea de que el sexo es lo peor. Parece que para algunos sectores de la izquierda trabajar 60 horas en un almacén de Amazon o trabajar en una mina de carbón y estar machacado con apenas 40 años es algo muy digno, pero en cambio es la prostitución lo que hemos de perseguir porque esclaviza a la mujer. No tienen en cuenta, por ejemplo, que es posible que esa prostituta gane mucho dinero haciendo su trabajo, mucho más que dichos trabajadores.” 

Resulta curioso como el tema central a debatir siempre es la prostitución, pero nunca los puteros. Lamas (2016) aludió a este hecho distinguiendo entre prostitución, como un término que alude de manera denigratoria a quien vende servicios sexuales, y comercio sexual, que destaca el proceso de compra-venta, incluyendo de esta manera también al cliente. Debatimos horas y horas sobre si abolir o regular. Hablamos de víctimas de trata, de cómo se cruzan variables de raza, sociales, económicas etc en las personas que deciden dedicarse al trabajo sexual. Deciden. ¿Seguro que deciden por sí mismas? Este es otro debate sobre la mesa, por supuesto. Hablamos de capitalismo, neoliberalismo, patriarcado. Relacionamos un sinfín de términos, a veces tan elevados, a veces tan académicos, que se vuelven incluso poco accesibles a la población general. 

Me gustaría finalizar este artículo primero pidiendo disculpas por la informalidad del lenguaje aquí usado. Nunca me ha gustado “La Academia” y su uso de palabras rimbombantes y pedantes para llegar a no-se-sabe bien que élite intelectual (y con dinero, que es lo que te permite acceder a la educación). Puede que a veces haya pecado de ello, pero claro está, una no se puede desligar del contexto sociocultural en el que ha crecido y sus años de universidad. 

Mi postura hacia este tema no ha quedado clara, lo sé. Siento profundamente que mi viaje en este espacio es como el de una pelota de tenis: va de lado a lado dando tumbos a medida que devora literatura al respecto. Y, además, el partido cada vez es más interesante, porque la rapidez con la que va de un lado de la red a otro es cada vez mayor. Siempre con esta necesidad de “tenerlo todo claro”, a veces un poco intelectual, a veces un poco neurótica. De momento voy a pausar el partido, y quedarme en medio (que no de manera apolítica, entiéndaseme. Una tiene sus principios). Pero en medio para poder escuchar, a las feministas de uno y otros lados, a las pobres, a las trabajadoras sexuales, a las ricas, a las blancas y a las negras… y desde ahí, desde esa escucha, abandonar el “ya te digo yo como te tienes que empoderar”, abandonar la supuesta moralidad, tan relativa y sujeta a la cultura y momento histórico en el que estemos, y poder acompañar a las que lo necesiten reivindicando, muy muy alto, lo que el capitalismo y el patriarcado ejercen contra nuestros cuerpos. 

Bibliografía

Bernstein, E. (1999). What´s wrong with prostitution? What´s right with sex work? Comparing markets in female sexual labor. Hastings. Women´s Law Journal, 10, 1.

De-Miguel, A. (2020). Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Madrid: Cátedra.

Despentes, V. (2018). Teoría King Kong. Literatura Random House.

Illouz, E. (2014). Erotismo de autoayuda. Buenos Aires: Katz Editores.

Kempadoo, K. (2012). Trafficking and Prostitution Reconsidered. New Perspectives on Migration, Sex Work and Human Rights. Londres: Paradigm Publishers.

Lamas, M. (2016). Feminismo y prostitución: la persistencia de una amarga disputa. Debate feminista, 51, 18-35.

Leites, E. (1990). La invención de la mujer casta. La conciencia puritana y la sexualidad moderna. Madrid: Siglo XXI.

Nussbaum, M. (1999). Whether from Reason or Prejudice. Taking Money for Bodily Services. Sex and Social Justice. Oxford: Oxford University Press.

Pateman, C. (1995). “¿Qué hay de malo con la prostitución?, en El contrato sexual, Barcelona, Anthropos.

Satz, D. (2010). Why some things should not be for sale. The moral limits of markets. Oxford: Oxford University Press.

UNFPA (2013). Modelo integral de intervención contra la trata sexual de mujeres y niñas.

Villa-Camarma, E. (2010). Estudio antropológico en torno a la prostitución. Cuicuilo, 17 (49).

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